
EL JUGADOR
Trabajo seleccionado para la exposición de la Escuela Nacional Sindical, Museo de Antioquia 2009.
“Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina” Eduardo Galeano.
Muchos de los sueños de nuestra niñez latinoamericana corren alrededor de una pelota de fútbol. El padre de familia espera que el hijo pueda cumplir su sueño frustrado de ser futbolista profesional y la madre espera tener su casita propia la cual será la más colorida de la cuadra. Vivimos en el tercer mundo, donde las oportunidades de vida socio económica son muy escasas, una de las formas para salir de la pobreza absoluta, de forma legal, es ser reconocido en algún deporte. El fútbol es el único que brinda esta oportunidad.
Adolescentes de todo el país llegan a la ciudad para probarse en algún club profesional, y así sumarse a la lotería de la vida que tendrán que afrontar desde la primera práctica hasta llegar al fútbol profesional. Son muchos los convocados, pero pocos los que logran coronarse como ídolos populares de una hinchada presta a alabarlos o acribillarlos en el momento que sea necesario.
Muchos de ellos viven en casas ubicadas cerca de las sedes de entrenamiento y constantemente están rotando dependiendo de su desempeño futbolístico. Algunos regresan a sus pueblos porque no logran llenar las expectativas de los entrenadores y otros permanecen gracias a su talento y buen desempeño académico.
Son pocos los que juegan por amor a la pelota, sentimos y vivimos más el fútbol los hinchas que nos enamoramos de una institución desde el momento en que conocemos el deporte más famoso del universo. Muchos dicen que somos jugadores frustrados, yo lo llamo amor verdadero. Ellos no se enamoran del balón, de las jugadas fabulosas de Pelé, de la mano de Dios de Maradona, los pases del Pibe o de la bicicleta de Ronaldinho. Ellos viven por el carro último modelo, mujeres, la fama y la fortuna y sobre todo por la tan anhelada casa para la “cucha”.
Adolescentes de todo el país llegan a la ciudad para probarse en algún club profesional, y así sumarse a la lotería de la vida que tendrán que afrontar desde la primera práctica hasta llegar al fútbol profesional. Son muchos los convocados, pero pocos los que logran coronarse como ídolos populares de una hinchada presta a alabarlos o acribillarlos en el momento que sea necesario.
Muchos de ellos viven en casas ubicadas cerca de las sedes de entrenamiento y constantemente están rotando dependiendo de su desempeño futbolístico. Algunos regresan a sus pueblos porque no logran llenar las expectativas de los entrenadores y otros permanecen gracias a su talento y buen desempeño académico.
Son pocos los que juegan por amor a la pelota, sentimos y vivimos más el fútbol los hinchas que nos enamoramos de una institución desde el momento en que conocemos el deporte más famoso del universo. Muchos dicen que somos jugadores frustrados, yo lo llamo amor verdadero. Ellos no se enamoran del balón, de las jugadas fabulosas de Pelé, de la mano de Dios de Maradona, los pases del Pibe o de la bicicleta de Ronaldinho. Ellos viven por el carro último modelo, mujeres, la fama y la fortuna y sobre todo por la tan anhelada casa para la “cucha”.













